Conferencia
Episcopal de Colombia con motivo de la Canonización de la Beata Laura Montoya
Upegui, fundadora de la congregación de Misioneras de María Inmaculada de
Siena.
Por: Redacción General
Una santa de nuestra tierra. La
Iglesia que peregrina en Colombia celebra con gozo la canonización de la Madre
Laura Montoya Upegui, fundadora de la Congregación de Misioneras de María
inmaculada y Santa Catalina de Siena. Aunque muchos evangelizadores se han
santificado en tierras colombianas, ahora tenemos la inmensa alegría de
festejar a la primera santa nacida en nuestra patria, justamente en un bello
rincón del suroeste antioqueño, una mujer formada en un auténtico hogar
cristiano y que vivió las fatigas, los sufrimientos y trabajos propios de todo
ser humano.
La semilla del evangelio que desde
hace más de 500 años se sembró en nuestra tierra americana ha ido produciendo
frutos abundantes de gracia y de bondad. Este reconocimiento que la Iglesia
hace de la santidad de la Madre Laura, se manifiesta como un fruto maduro de
esa acción evangelizadora que ha impregnado hasta lo más profundo la vida de
nuestro país.
En santa Laura vemos representada, de
la manera más digna, la mujer de nuestro pueblo, en quien resaltan las virtudes
de la generosidad, la valentía, la entereza para emprender grandes tareas y por
encima de todo, una fe puesta a prueba, capaz de entregar la vida en bien de
los demás por amor a Dios.
Un acontecimiento de gracia para
nuestro país. San Pablo nos dice en la primera Carta a los Corintios que “si un
miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran
con él" (12,26). Damos gracias a Dios por el don de la canonización de la
Madre Laura, porque en ella sentimos honrado y glorificado el cuerpo de Cristo,
que es la Iglesia a la que pertenecemos por la gracia del bautismo.
Muchos creyentes han recibido gracias
especiales por intercesión de la Madre Laura, pero hoy, todos los colombianos,
hemos de agradecer la abundancia de bendiciones que el Señor nos concede por
intercesión de esta nueva santa.
Hemos de reconocer y agradecer a Dios
el don de la vida de Laura Montoya que se proyectó como una Innovadora
pedagoga, una audaz evangelizadora, una mujer sensible a las necesidades de los
menos favorecidos y una mística profunda llena de la intimidad con Dios en la
contemplación y en el trabajo misionero. Agradecemos a Dios la entrega generosa
y abnegada de Laura Montoya y sus primeras colaboradoras para hacer sentir su
voz en favor del reconocimiento de la dignidad de los indígenas y de los
necesitados.
Damos también gracias a Dios por el
testimonio de su profunda espiritualidad centrada en Jesucristo crucificado. Al
pie de la cruz aprende la ciencia del sacrificio, de la entrega total, de la
solidaridad. A imitación de su Dios crucificado, tiene como lema "Tengo
sed’.. Como es su íntimo amigo le dice: Yo conozco vuestro corazón y Vos el mío
y vea aquí el mundo nuestra amistad. ¿La habrá semejante?" Su amor filial
a la Santísima virgen María "Madre, yo no soy huérfana porque te tengo a
TI que eres más que madre Pero los pobres Indios están huérfanos y me parten el
alma. ¿No querrás ser su madre?*. Y un gran sentido eclesial.
'Mi gran anhelo es que todos te
conozcan, te amen y te sirvan". Este espíritu impulsó toda la vida de la
Madre Laura, su pasión fue llevar el nombre de Dios a aquellos lugares y
personas que aún no lo han conocido. De ahí surge un estilo propio que aporta
novedad al sentido misionero de la Iglesia que debe acercarse y encarnarse en
el ambiente cultural para sembrar la semilla del Evangelio.
Ser santos, nuestro programa de
vida. El Concilio Vaticano II nos ha
enseñado que “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están
llamados a la plenitud de vida cristiana y a la perfección del amor”
(Constitución Lumen Gentium 40).
Celebrar esta fiesta es sentir muy cerca de nosotros este ideal de vida
cristiana, es verificar que el llamado del Señor de “Ser santos como el Padre Celestial es
santo” no es una ilusoria utopía, sino un programa concreto que puede
alcanzarse con la ayuda bondadosa de Dios y la respuesta generosa del ser
humano, así como hizo la Madre Laura.
Esta canonización de la Beata Laura
Montoya nos compromete a realizar aquella enseñanza del Papa Juan Pablo II al
inicio de este milenio: “Es el momento de proponer de nuevo a todos con
convicción este “alto grado” de la vida cristiana ordinaria” (Carta apostólica
sobre el nuevo milenio 31). Que el
testimonio de vida y la intercesión de Santa Laura alcance para nuestro país
gracias y bendiciones especiales que nos lleven a la verdadera paz, la justicia social y a
instaurar la civilización del amor. “El
señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Salmo 126,3).
“¡Dios mío!, no me
dejes reposo ni aquí en la tierra, ni allá en el cielo, mientras tú seas
desconocido en el mundo” (Madre Laura).