Luis Edardo Rendón Vásquez
primer acto
No resulta tan fácil desprenderse de los mejores
recuerdos y de los gratos momentos que permitieron moldear el alma de alguien
que aun no pierde la esperanza de recuperar algún día el edén perdido. El
tiempo es el acompañante más fiel que se tiene para reencontrarnos en la
desnudez de nuestras propias grandezas o desgracias. Nuestro efímero paso por
la vida es la única oportunidad que tenemos para agradecer a la divinidad lo
que hemos aprendido del bien o del mismo mal, porque de los errores también se sacan provechosas
enseñanzas.
Dice un
antiguo refrán que “recordar es vivir” y esto no quiere decir que uno viva
anclado al pasado. No se puede desconocer que hay pasajes en nuestra vida que
se convierten en especie de bálsamo que nos permiten sobrellevar cualquier tipo
de angustia o de aflicción. Devolver el tiempo para evocar aquellos momentos
que ejercieron una positiva y vibrante influencia
en nuestra existencia, se convierte en la inaplazable misión que tenemos que alcanzar para no perder la brújula que
nos conduzca a puerto seguro.
El tiempo de hoy
se caracteriza por la velocidad de los hechos y el pertinaz bombardeo de
la información. Somos el producto de cada uno de los actos que durante el corto
o el largo trayecto de la existencia, hemos desarrollado y gravado en la
memoria Es en ese baúl o disco duro
donde se ha depositado gran parte de la trágica-comedia del diario vivir,
se han registrado aquellos episodios y escenas que han dejado indeleble huella
en nuestra alma pero también donde se
han conservado imágenes y aconteceres de ingrata recordación.
Afortunamente tenemos la capacidad de retener lo
bueno y reciclar todo aquella vivencia que pudo generar en algún momento,
cierto tipo de malestar. Es el mecanismo más expedito para desechar lo que
contamina o fermenta y quedarnos con lo más puro y enriquecedor.
Lo que a continuación quiero narrar no es otra cosa
que el universo por el que transcurrió gran parte de mi infancia y
adolescencia. Con ello quiero ofrendar un sincero tributo a esta Comarca
llamada Ciénaga que me ha acompañado desde cuando contemple los primeros
destellos del Sol hasta cuando este
mismo gigante cósmico continua sumergiéndose por las tardes
crepusculares en ese otro gigante marino con la complicidad de alcatraces y
gaviotas que revoletean en su
inédito transito en medio del
infinito azul celeste.
Me he
preguntado muchas veces sobre las razones que
siempre me han asistido para
seguir amando con devoción e insistencia
a este pedazo de patria edénica. Recuerdo que cuando niño en compañía de mi hermano,
nos íbamos todas las tardes a la playa con el propósito de ayudar a los Urieles
a sacar del chinchorro las más exóticas
variedades de peces.
De esa abundante cosecha se destacaban la mojarra
plateada, la liza, el pargo rojo, el lebranche, el robalo, el sábalo y una
montonera de jaibas y aguamalas que quedaban guindadas entre las redes del trasmayo.
La romería de gente que se desparramaban hacia los botes desaparecían en un
santiamén los resultados de esa fructífera captura.
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