Reflexiones Sobre Un Hecho Histórico
“Masacre de las Bananeras”
Jueves 6 de Diciembre 1928 – jueves 6 de diciembre 2012
Por:
Delfín Sierra Tejada
Nuestro
patio fue escenario, de la huelga que arrojó como resultado la “Masacre de las
Bananeras”, la madrugada del día jueves 6 de diciembre de 1928. Evento aciago en el que los soldados del
Ejército Nacional dispararon alevosamente contra una manifestación de
trabajadores del banano, atendiendo la orden de un oficial que no midió las
consecuencias de su desmedida soberbia e intolerancia con una cruel resultante
para las negras páginas de la historia nacional.
Ese
grito rebelde e inconforme que aquí se lanzó, habla a las claras de la
personalidad, decisión y coraje del hombre cienaguero y de los trabajadores, de otras latitudes que
para la época, sentaron sus plantas en el verde mar de nuestra Zona Bananera,
para contribuir con su labor y sudor al poderío económico de una transnacional
que burló con su poder, muchas veces valiéndose de actos delictuosos, hasta al
propio gobierno del entonces, a quien puso a sus pies, sometido y servil, en
busca, de los dólares que les arrojaban como migajas. Ya lo había logrado imponer. Su huella de
poder económico y político se hacía sentir en Centroamérica. Guatemala y Bahía
Cochinos son ejemplo de esta afirmación.
Había impuesto su voluntad por la fuerza, y con el contubernio de
gobiernos genuflexos.
Fueron
esos labriegos, las víctimas de un gobierno irracional y tiránico que se
excedió en autoridad contra una clase obrera, cuyo único “error o pecado” fue
haberse levantado para reclamar en justicia, sus derechos laborales
establecidos en nueve puntos: (cesantías, seguro de familia, prestaciones
sociales, riesgos y vejez) que con anticipación, quisieron hacer conocer de los
empresarios y representantes de la United y de los agentes del gobierno, cuya
única respuesta fue desconocer y violentar las aspiraciones de una masa obrera
que sólo recibía arbitrariedades y violaciones en sus salarios, descansos
remunerados, horas extras, seguridad social y la imposición de un sistema de
compra obligatoria en los “comisariatos” que redondeaba el negocio de la United
Fruit, ya que el dinero regresaba a sus arcas una vez se cumplía la recolección
de “vales” que los obreros utilizaban para intentar suplir en parte sus
necesidades elementales.
Las
fincas bananeras estaban situadas en los alrededores de Ciénaga, Sevilla,
Orihueca, Guacamayal, Puebloviejo y Aracataca, en donde trabajaban a destajo
hasta once y doce horas seguidas, campesinos de la costa norte colombiana y del
interior del país. El oficio de estos
hombres era cortar, desyerbar y llevar hasta la guardaraya el banano, donde un
carrero, en su vehículo de tracción animal, lo conducía hasta el ferrocarril.
Una
semana llena de cansancio y sopor en la cual al jornalero se le juntaba la luz
del sol con la de la luna, los fue llevando al agotamiento total. Pésima alimentación, condiciones
antihigiénicas en las haciendas, malos pagos, dieron sin lugar a dudas, origen
a desahogos masivos, que terminaron empeorando la situación social del obrero:
el alcohol, la prostitución, las cantinas, los juegos de boliche, loterías y
bacarat, se convirtieron en la única salida de los explotados
trabajadores.
Esta
situación se daba en todas las poblaciones, desde Santa Marta hasta Fundación,
pero con mayor frecuencia se veía en Ciénaga y en Aracataca. Tras de cargar con todo esto, los obreros de
la United Fruit Company tenían que soportar las rigurosas condiciones
geográficas de la zona en donde trabajaban.
En medio de las selvas y pantanos cenagosos, muchos perdieron la vida
mordidos de culebras o desangrados a causa de una herida en su labor. Este alud de injusticias destruyó finalmente
la resistencia general y un inconformismo los sacudió de tal manera, que pasó a
convertirse en uno de los hechos más violentos con que se haya escrito la
historia colombiana.
La
United Fruit era una especie de “reina consentida”. El gobierno entreguista y servil ni siquiera
cobraba los impuestos a la compañía (ley sexta de 1909, exención de impuestos
por 20 años para el banano enviado al exterior), en manifiesta sumisión
permitía el goce de privilegios en transporte férreo, libertad excesiva en
manejo del puerto, la aduana, distribución de las aguas, (artículos 8, 9 y 10 –
ley 13 de 1928 y artículo 683 del código de comercio) apertura de almacenes o
comisariatos, participación electoral para manejar poder político, comunicación
telegráfica y la burla y vejación con los trabajadores del banano a quienes se
les pagaba lo que se les antojaba a los capataces, mandadores o timekeepers o
los contratistas, que para el entonces ya existían, - hoy se denominan “bolsas
de empleo”, - llevándose una considerable parte de lo que le correspondía al
obrero raso de la Zona Bananera.
“La
brutal represión y el escarmiento que el gobierno quiso hacer con esta huelga
están relacionados con el hecho de que al frente del estado colombiano no
existía entonces un gobierno nacional, es decir, un gobierno que tuviera algún
arraigo en la nación o que cumpliera una función efectiva en el desarrollo del
país”.
Al
finalizar la década del XX del siglo pasado, la hegemonía conservadora había
perdido su base, la hacienda como poder y el sometimiento del hombre trabajador
como siervo, peón o esclavo de ese poder feudalista, con la hipoteca del país
al poder económico e invasor del gigante del norte. Como lo dijimos al comienzo, el gobierno ya
no era siquiera el intermediario económico de la expoliación gringa en nuestra zona agrícola y en el
laboreo de nuestros hombres, sino que apenas era el simple testigo actuante de
ese inmisericorde saqueo de una riqueza que solo beneficiaba a los socios del
poder imperial y a algunas familias que desde la sombra manipulaban la
influencia para contar con los favores de la compañía opresora.
Ninguna
huelga como esta de 1928, logró descubrir en su verdadera esencia la profunda
crisis del régimen pues no solo desenmascaró al gobierno alcahuete de la
godarria de principios del siglo XX, sino que retó la perversa costumbre de los
gringos de exprimir al trabajador que les producía todas las ganancias que
fortalecieran su expansión explotadora con diferentes empresas y productos:
petróleo, caña de azúcar, cacao, banano, plátano, tabaco y otros.
Las
dolorosas consecuencias del ataque a la masa inerme fue reportada al gobierno
de los Estados Unidos por el embajador
en Santa Fe de Bogotá, Jefferson Cafferi, en un mensaje lacónico y descarnado
aire de triunfo, así: “Honorable Secretario de Estado, Washington, señor: con
referencia especial a mi despacho No. 55 de diciembre 29, tengo el honor de informar que el representante de la United
Fruit en Bogotá, me dijo ayer que el número de huelguistas muertos por las
fuerzas militares colombianas pasa de mil.
Tengo el honor de ser, señor, su obediente servidor”, Jefferson
Cafferi. ¿O sería mejor llamarlo Cafre?
En
este espacio y con estas reflexiones sobre tal hecho histórico, tengo la
ilusión de reivindicar a importantes seres humanos que resultaron perseguidos,
torturados y encarcelados algunos, por no ocultar los atropellos y violaciones
que se produjeron en las plantaciones de banano, en la seguridad de que los
“historiadores” se ocuparon sólo del hecho sangriento del 6 de diciembre, sin
interesarse con la misma avidez e importancia, de los días siguientes a la
descarga militar que ahogó las voces de los trabajadores y que continuó la loca
carrera y persecución, saqueo y asesinato de quienes huyeron a las fincas
bananeras, convencidos hasta ese momento, de que los uniformados del ejército
de la república no dispararían contra ellos sus armas oficiales. El suelo fértil de la zona, ahora está regado
con la sangre de obreros inocentes que ofrendaron sus vidas tras el
sueño de mejores condiciones laborales y
sociales.
Twitter @delfinstereo