sábado, 18 de mayo de 2013


Conferencia Episcopal de Colombia con motivo de la Canonización de la Beata Laura Montoya Upegui, fundadora de la congregación de Misioneras de María Inmaculada de Siena.


Por: Redacción General

Una santa de nuestra tierra. La Iglesia que peregrina en Colombia celebra con gozo la canonización de la Madre Laura Montoya Upegui, fundadora de la Congregación de Misioneras de María inmaculada y Santa Catalina de Siena. Aunque muchos evangelizadores se han santificado en tierras colombianas, ahora tenemos la inmensa alegría de festejar a la primera santa nacida en nuestra patria, justamente en un bello rincón del suroeste antioqueño, una mujer formada en un auténtico hogar cristiano y que vivió las fatigas, los sufrimientos y trabajos propios de todo ser humano.

La semilla del evangelio que desde hace más de 500 años se sembró en nuestra tierra americana ha ido produciendo frutos abundantes de gracia y de bondad. Este reconocimiento que la Iglesia hace de la santidad de la Madre Laura, se manifiesta como un fruto maduro de esa acción evangelizadora que ha impregnado hasta lo más profundo la vida de nuestro país.

En santa Laura vemos representada, de la manera más digna, la mujer de nuestro pueblo, en quien resaltan las virtudes de la generosidad, la valentía, la entereza para emprender grandes tareas y por encima de todo, una fe puesta a prueba, capaz de entregar la vida en bien de los demás por amor a Dios.

Un acontecimiento de gracia para nuestro país. San Pablo nos dice en la primera Carta a los Corintios que “si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él" (12,26). Damos gracias a Dios por el don de la canonización de la Madre Laura, porque en ella sentimos honrado y glorificado el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia a la que pertenecemos por la gracia del bautismo.

Muchos creyentes han recibido gracias especiales por intercesión de la Madre Laura, pero hoy, todos los colombianos, hemos de agradecer la abundancia de bendiciones que el Señor nos concede por intercesión de esta nueva santa.

Hemos de reconocer y agradecer a Dios el don de la vida de Laura Montoya que se proyectó como una Innovadora pedagoga, una audaz evangelizadora, una mujer sensible a las necesidades de los menos favorecidos y una mística profunda llena de la intimidad con Dios en la contemplación y en el trabajo misionero. Agradecemos a Dios la entrega generosa y abnegada de Laura Montoya y sus primeras colaboradoras para hacer sentir su voz en favor del reconocimiento de la dignidad de los indígenas y de los necesitados.

Damos también gracias a Dios por el testimonio de su profunda espiritualidad centrada en Jesucristo crucificado. Al pie de la cruz aprende la ciencia del sacrificio, de la entrega total, de la solidaridad. A imitación de su Dios crucificado, tiene como lema "Tengo sed’.. Como es su íntimo amigo le dice: Yo conozco vuestro corazón y Vos el mío y vea aquí el mundo nuestra amistad. ¿La habrá semejante?" Su amor filial a la Santísima virgen María "Madre, yo no soy huérfana porque te tengo a TI que eres más que madre Pero los pobres Indios están huérfanos y me parten el alma. ¿No querrás ser su madre?*. Y un gran sentido eclesial.

'Mi gran anhelo es que todos te conozcan, te amen y te sirvan". Este espíritu impulsó toda la vida de la Madre Laura, su pasión fue llevar el nombre de Dios a aquellos lugares y personas que aún no lo han conocido. De ahí surge un estilo propio que aporta novedad al sentido misionero de la Iglesia que debe acercarse y encarnarse en el ambiente cultural para sembrar la semilla del Evangelio.

Ser santos, nuestro programa de vida.  El Concilio Vaticano II nos ha enseñado que “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de vida cristiana y a la perfección del amor” (Constitución Lumen Gentium 40).  Celebrar esta fiesta es sentir muy cerca de nosotros este ideal de vida cristiana, es verificar que el llamado del Señor  de “Ser santos como el Padre Celestial es santo” no es una ilusoria utopía, sino un programa concreto que puede alcanzarse con la ayuda bondadosa de Dios y la respuesta generosa del ser humano, así como hizo la Madre Laura.

Esta canonización de la Beata Laura Montoya nos compromete a realizar aquella enseñanza del Papa Juan Pablo II al inicio de este milenio: “Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este “alto grado” de la vida cristiana ordinaria” (Carta apostólica sobre el nuevo milenio 31).  Que el testimonio de vida y la intercesión de Santa Laura alcance para nuestro país gracias y bendiciones especiales que nos lleven a la verdadera paz, la justicia social y a instaurar la civilización del amor.  “El señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Salmo 126,3).




“¡Dios mío!, no me dejes reposo ni aquí en la tierra, ni allá en el cielo, mientras tú seas desconocido en el mundo” (Madre Laura).


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