miércoles, 5 de diciembre de 2012


Reflexiones Sobre Un Hecho Histórico
“Masacre de las Bananeras”
Jueves 6 de Diciembre 1928 – jueves 6 de diciembre 2012

Por: Delfín Sierra Tejada

Nuestro patio fue escenario, de la huelga que arrojó como resultado la “Masacre de las Bananeras”, la madrugada del día jueves 6 de diciembre de 1928.  Evento aciago en el que los soldados del Ejército Nacional dispararon alevosamente contra una manifestación de trabajadores del banano, atendiendo la orden de un oficial que no midió las consecuencias de su desmedida soberbia e intolerancia con una cruel resultante para las negras páginas de la historia nacional.

Ese grito rebelde e inconforme que aquí se lanzó, habla a las claras de la personalidad, decisión y coraje del hombre cienaguero  y de los trabajadores, de otras latitudes que para la época, sentaron sus plantas en el verde mar de nuestra Zona Bananera, para contribuir con su labor y sudor al poderío económico de una transnacional que burló con su poder, muchas veces valiéndose de actos delictuosos, hasta al propio gobierno del entonces, a quien puso a sus pies, sometido y servil, en busca, de los dólares que les arrojaban como migajas.  Ya lo había logrado imponer. Su huella de poder económico y político se hacía sentir en Centroamérica. Guatemala y Bahía Cochinos son ejemplo de esta afirmación.  Había impuesto su voluntad por la fuerza, y con el contubernio de gobiernos genuflexos.

Fueron esos labriegos, las víctimas de un gobierno irracional y tiránico que se excedió en autoridad contra una clase obrera, cuyo único “error o pecado” fue haberse levantado para reclamar en justicia, sus derechos laborales establecidos en nueve puntos: (cesantías, seguro de familia, prestaciones sociales, riesgos y vejez) que con anticipación, quisieron hacer conocer de los empresarios y representantes de la United y de los agentes del gobierno, cuya única respuesta fue desconocer y violentar las aspiraciones de una masa obrera que sólo recibía arbitrariedades y violaciones en sus salarios, descansos remunerados, horas extras, seguridad social y la imposición de un sistema de compra obligatoria en los “comisariatos” que redondeaba el negocio de la United Fruit, ya que el dinero regresaba a sus arcas una vez se cumplía la recolección de “vales” que los obreros utilizaban para intentar suplir en parte sus necesidades elementales.

Las fincas bananeras estaban situadas en los alrededores de Ciénaga, Sevilla, Orihueca, Guacamayal, Puebloviejo y Aracataca, en donde trabajaban a destajo hasta once y doce horas seguidas, campesinos de la costa norte colombiana y del interior del país.  El oficio de estos hombres era cortar, desyerbar y llevar hasta la guardaraya el banano, donde un carrero, en su vehículo de tracción animal, lo conducía hasta el ferrocarril.

Una semana llena de cansancio y sopor en la cual al jornalero se le juntaba la luz del sol con la de la luna, los fue llevando al agotamiento total.  Pésima alimentación, condiciones antihigiénicas en las haciendas, malos pagos, dieron sin lugar a dudas, origen a desahogos masivos, que terminaron empeorando la situación social del obrero: el alcohol, la prostitución, las cantinas, los juegos de boliche, loterías y bacarat, se convirtieron en la única salida de los explotados trabajadores.   

Esta situación se daba en todas las poblaciones, desde Santa Marta hasta Fundación, pero con mayor frecuencia se veía en Ciénaga y en Aracataca.  Tras de cargar con todo esto, los obreros de la United Fruit Company tenían que soportar las rigurosas condiciones geográficas de la zona en donde trabajaban.  En medio de las selvas y pantanos cenagosos, muchos perdieron la vida mordidos de culebras o desangrados a causa de una herida en su labor.  Este alud de injusticias destruyó finalmente la resistencia general y un inconformismo los sacudió de tal manera, que pasó a convertirse en uno de los hechos más violentos con que se haya escrito la historia colombiana.

La United Fruit era una especie de “reina consentida”.  El gobierno entreguista y servil ni siquiera cobraba los impuestos a la compañía (ley sexta de 1909, exención de impuestos por 20 años para el banano enviado al exterior), en manifiesta sumisión permitía el goce de privilegios en transporte férreo, libertad excesiva en manejo del puerto, la aduana, distribución de las aguas, (artículos 8, 9 y 10 – ley 13 de 1928 y artículo 683 del código de comercio) apertura de almacenes o comisariatos, participación electoral para manejar poder político, comunicación telegráfica y la burla y vejación con los trabajadores del banano a quienes se les pagaba lo que se les antojaba a los capataces, mandadores o timekeepers o los contratistas, que para el entonces ya existían, - hoy se denominan “bolsas de empleo”, - llevándose una considerable parte de lo que le correspondía al obrero raso de la Zona Bananera.

“La brutal represión y el escarmiento que el gobierno quiso hacer con esta huelga están relacionados con el hecho de que al frente del estado colombiano no existía entonces un gobierno nacional, es decir, un gobierno que tuviera algún arraigo en la nación o que cumpliera una función efectiva en el desarrollo del país”.

Al finalizar la década del XX del siglo pasado, la hegemonía conservadora había perdido su base, la hacienda como poder y el sometimiento del hombre trabajador como siervo, peón o esclavo de ese poder feudalista, con la hipoteca del país al poder económico e invasor del gigante del norte.  Como lo dijimos al comienzo, el gobierno ya no era siquiera el intermediario económico de la expoliación  gringa en nuestra zona agrícola y en el laboreo de nuestros hombres, sino que apenas era el simple testigo actuante de ese inmisericorde saqueo de una riqueza que solo beneficiaba a los socios del poder imperial y a algunas familias que desde la sombra manipulaban la influencia para contar con los favores de la compañía opresora.

Ninguna huelga como esta de 1928, logró descubrir en su verdadera esencia la profunda crisis del régimen pues no solo desenmascaró al gobierno alcahuete de la godarria de principios del siglo XX, sino que retó la perversa costumbre de los gringos de exprimir al trabajador que les producía todas las ganancias que fortalecieran su expansión explotadora con diferentes empresas y productos: petróleo, caña de azúcar, cacao, banano, plátano, tabaco y otros.

Las dolorosas consecuencias del ataque a la masa inerme fue reportada al gobierno de los Estados Unidos  por el embajador en Santa Fe de Bogotá, Jefferson Cafferi, en un mensaje lacónico y descarnado aire de triunfo, así: “Honorable Secretario de Estado, Washington, señor: con referencia especial a mi despacho No. 55 de diciembre 29, tengo el honor  de informar que el representante de la United Fruit en Bogotá, me dijo ayer que el número de huelguistas muertos por las fuerzas militares colombianas pasa de mil.  Tengo el honor de ser, señor, su obediente servidor”, Jefferson Cafferi.  ¿O sería mejor llamarlo Cafre?

En este espacio y con estas reflexiones sobre tal hecho histórico, tengo la ilusión de reivindicar a importantes seres humanos que resultaron perseguidos, torturados y encarcelados algunos, por no ocultar los atropellos y violaciones que se produjeron en las plantaciones de banano, en la seguridad de que los “historiadores” se ocuparon sólo del hecho sangriento del 6 de diciembre, sin interesarse con la misma avidez e importancia, de los días siguientes a la descarga militar que ahogó las voces de los trabajadores y que continuó la loca carrera y persecución, saqueo y asesinato de quienes huyeron a las fincas bananeras, convencidos hasta ese momento, de que los uniformados del ejército de la república no dispararían contra ellos sus armas oficiales.  El suelo fértil de la zona, ahora está regado con la sangre de obreros inocentes que ofrendaron sus vidas tras el sueño  de mejores condiciones laborales y sociales.

Twitter @delfinstereo


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