martes, 25 de septiembre de 2012


Mi Comarca, un edén que se nos va

Luis Edardo Rendón Vásquez

primer acto

No resulta tan fácil desprenderse de los mejores recuerdos y de los gratos momentos que permitieron moldear el alma de alguien que aun no pierde la esperanza de recuperar algún día el edén perdido. El tiempo es el acompañante más fiel que se tiene para reencontrarnos en la desnudez de nuestras propias grandezas o desgracias. Nuestro efímero paso por la vida es la única oportunidad que tenemos para agradecer a la divinidad lo que hemos aprendido del bien o del mismo mal, porque de los  errores también se sacan provechosas enseñanzas.

Dice  un antiguo refrán que “recordar es vivir” y esto no quiere decir que uno viva anclado al pasado. No se puede desconocer que hay pasajes en nuestra vida que se convierten en especie de bálsamo que nos permiten sobrellevar cualquier tipo de angustia o de aflicción. Devolver el tiempo para evocar aquellos momentos que ejercieron  una positiva y vibrante influencia en nuestra existencia, se convierte en la inaplazable misión que tenemos  que alcanzar para no perder la brújula que nos conduzca a puerto seguro.

El tiempo de hoy  se caracteriza por la velocidad de los hechos y el pertinaz bombardeo de la información. Somos el producto de cada uno de los actos que durante el corto o el largo trayecto de la existencia, hemos desarrollado y gravado en la memoria Es en ese baúl o disco duro  donde se ha depositado gran parte de la trágica-comedia del diario vivir, se han registrado aquellos episodios y escenas que han dejado indeleble huella en nuestra alma pero también  donde se han conservado imágenes y aconteceres de ingrata recordación.


Afortunamente tenemos la capacidad de retener lo bueno y reciclar todo aquella vivencia que pudo generar en algún momento, cierto tipo de malestar. Es el mecanismo más expedito para desechar lo que contamina o fermenta y quedarnos con lo más puro y enriquecedor.

Lo que a continuación quiero narrar no es otra cosa que el universo por el que transcurrió gran parte de mi infancia y adolescencia. Con ello quiero ofrendar un sincero tributo a esta Comarca llamada Ciénaga que me ha acompañado desde cuando contemple los primeros destellos del Sol hasta cuando este  mismo gigante cósmico continua sumergiéndose por las tardes crepusculares en ese otro gigante marino con la complicidad de  alcatraces y  gaviotas que revoletean en su  inédito  transito en medio del infinito azul celeste.

Me  he preguntado muchas veces sobre las razones que  siempre  me han asistido para seguir amando con devoción e insistencia  a este pedazo de patria edénica. Recuerdo  que cuando niño en compañía de mi hermano, nos íbamos todas las tardes a la playa con el propósito de ayudar a los Urieles a sacar del chinchorro  las más exóticas variedades de peces.

De esa abundante cosecha se destacaban la mojarra plateada, la liza, el pargo rojo, el lebranche, el robalo, el sábalo y una montonera de jaibas y aguamalas que quedaban guindadas entre las redes del trasmayo. La romería de gente que se desparramaban hacia los botes desaparecían en un santiamén los resultados de esa fructífera captura.


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