martes, 2 de octubre de 2012


Mi Comarca, un edén que se nos va


                                          Por: Luis Eduardo Rendón Vásquez

Segundo Acto


Con olla en mano nos acercábamos a las numerosas canoas para recoger algunos peces que por su bajo valor comercial eran desechados por los pescadores: el chivo cabezón, el pez sable y hasta el pez martillo.

Fue una época en que esta comarca olía a yodo y la sal marinera queda adherida a nuestra piel, el pescado frito se acompañaba con el exquisito envuelto de yuca y el sancocho de chivo no podía faltar en la mayoría de los patios de las casas.

Es difícil no añorar cuando con saco en mano aprovechábamos la bonanza de sardinas. Habríamos la boca del costal y salíamos victoriosos a casa para que  mama por las tardes nos las fritara con tajaditas de guineo verde. Después disfrutábamos de la subienda del camarón y  también nos divertíamos recogiendo chipichipis y las veloces morrocollitas que hundían sus rápidos cuerpecitos en la húmeda arena para no dejarse coger y atrapar de mano alguna.

 Al igual, solíamos instalar sobre las cuevas de los intrépidos cangrejos algunas trampas que nos permitieran sigilosamente capturarlos aferrados a sus amenazantes y desafiantes tenazas.

Y cuando el mar se encrespaba aprovechábamos sus bravías olas para esquiar sobre ellas, utilizando las tablas que despojábamos en forma clandestina de las camas. Nos montábamos sobren las olas más altas y terminábamos muchas veces con las cabezas enterradas en la arena. Ahí sobre el mar se jugaba a la pelea de gallo: los más pequeños éramos montados sobre los hombros de los más fuertes y en cuestiones de segundos se dirimía el conflicto arrojando al rival sobre las espumas del mar.


El tiempo pasaba volando y mama nos mandaba a buscar para que la noche no nos cogiera entre las olas del ciclope marino. Se corría el riesgo de ser picado por una aguamala, una jaiba  o un barquito y en el peor de los caso por un chivito que enterraba en algún lugar de la palma de los pies su dolorosa y desgarrante espina.

Tengo que estar inmensamente agradecido por este mar. Gracias a él aprendí a nadar. Una tarde nos fuimos un grupo de amigos a pasear  en una canoa mar adentro y esta fue volteda. En ese preciso momento entendí que nadie salva a nadie y saque mi instinto de nadador para no dejarme ahogar. Llegue hasta la orilla con varios litros de agua salada en el estomago. Esto hace parte de la escuela de la vida y donde el mar ha sido  mí  fiel tutor, cómplice y leal amigo.

Debo confesar que algunas veces me ha infundido temor y miedo. Como cuando en aquel día que en medio de negros nubarrones apareció un gigantesco trompo de agua. Los pescadores lo llaman Manga de Agua. Esta terrorífica fuerza centrifuga y centrípeta que venía bordeando  la orilla fue pulverizada por los avezados pescadores que lanzaban sendos tacos de dinamita por los cuatro puntos cardinales. Ellos explicaban después que era la única forma de confrontar esa furia marina que arrastraba canoas y arrancaba los techos de las casas

Otras veces cuando había mar de leva el agua llegaba hasta el antiguo camellón donde el Club Rotario había construido unas típicas casetas con regaderas y vestier para los bañistas. Este servicio era atendido por el legendario mocho Juan, el mismo que un día se atrevió a enfrentarse a un toro que pretendía envestirnos cuando jugábamos un partido de futbol en la playa. Fueron suficientes sus dos mochitos incrustados entre los cachos de la bestia para conjurar el peligro y dejar tendido al feroz rumiante sobre la caliente arena.

Una tarde mientras elevaba mi cometa hecha de varita de palma y papel de tienda, un señor de aspecto interiorano entraba en forma silenciosa al mar. A los pocos segundos oía que lanzaba a los cuatros vientos unos gritos desgarradores. Una raya había introducido sus espinas en la batata del desprevenido bañista y lo arrastraba mar adentro. Como por arte de magia apareció el mejor bateador de la época, el recordado Cascarita quien con cuchillo en  boca se lanzo al mar, tirando brazadas a gran velocidad, logrando  así cortar el rabo del peligroso animal y poniendo a salvo al señor De La Pava. Fue sin duda alguna el primer acto heroico que estremeció toda  mi osamenta y el responsable de que mi primera cometa tomara un rumbo desconocido.

Son pocas las ocasiones donde he sentido  a mi mar enervante y compungido .Una noche mientras dormía escuche en el caracol de mi oído el rugir de sus olas. Algo tenía que ver la luna con su alterado comportamiento. La gente comentaba que había  mar de leva y las olas cubrían gran parte de la playa. Muy temprano me levante y lo que vi fue sorprendente: un millar de estrellas de mar se encontraban diseminadas a lo largo y ancho de la playa. Las había de todos los tamaños y para todos los gustos. Los niños fueron los primeros en recogerlas conjuntamente con algunos caracoles y abundante almejas de variados colores.

Intuí de inmediato que este  coloso pretendía divertirnos exhibiendo sus  exóticas obras artesanales. Había tendido una inmensa alfombra cubierta de ramas, pedazos de troncos, algunos con figuras de caballitos de mar, otros con siluetas de sirenas que acompañaban en forma decorativa el gusto estético de ese  creador marino que una vez más daba muestra de su fecunda laboriosidad artística.


No hay comentarios :

Publicar un comentario