Mi Comarca, un edén que se nos va
Segundo Acto
Con olla en mano nos acercábamos a las numerosas
canoas para recoger algunos peces que por su bajo valor comercial eran
desechados por los pescadores: el chivo cabezón, el pez sable y hasta el pez
martillo.
Fue una época en que esta comarca olía a yodo y la
sal marinera queda adherida a nuestra piel, el pescado frito se acompañaba con
el exquisito envuelto de yuca y el sancocho de chivo no podía faltar en la
mayoría de los patios de las casas.
Es difícil no añorar cuando con saco en mano
aprovechábamos la bonanza de sardinas. Habríamos la boca del costal y salíamos
victoriosos a casa para que mama por las
tardes nos las fritara con tajaditas de guineo verde. Después disfrutábamos de
la subienda del camarón y también nos
divertíamos recogiendo chipichipis y las veloces morrocollitas que hundían sus
rápidos cuerpecitos en la húmeda arena para no dejarse coger y atrapar de mano
alguna.
Al igual,
solíamos instalar sobre las cuevas de los intrépidos cangrejos algunas trampas
que nos permitieran sigilosamente capturarlos aferrados a sus amenazantes y
desafiantes tenazas.
Y cuando el mar se encrespaba aprovechábamos sus
bravías olas para esquiar sobre ellas, utilizando las tablas que despojábamos
en forma clandestina de las camas. Nos montábamos sobren las olas más altas y
terminábamos muchas veces con las cabezas enterradas en la arena. Ahí sobre el
mar se jugaba a la pelea de gallo: los más pequeños éramos montados sobre los
hombros de los más fuertes y en cuestiones de segundos se dirimía el conflicto
arrojando al rival sobre las espumas del mar.
El tiempo pasaba volando y mama nos mandaba a
buscar para que la noche no nos cogiera entre las olas del ciclope marino. Se
corría el riesgo de ser picado por una aguamala, una jaiba o un barquito y en el peor de los caso por un
chivito que enterraba en algún lugar de la palma de los pies su dolorosa y
desgarrante espina.
Tengo que estar inmensamente agradecido por este
mar. Gracias a él aprendí a nadar. Una tarde nos fuimos un grupo de amigos a
pasear en una canoa mar adentro y esta
fue volteda. En ese preciso momento entendí que nadie salva a nadie y saque mi
instinto de nadador para no dejarme ahogar. Llegue hasta la orilla con varios
litros de agua salada en el estomago. Esto hace parte de la escuela de la vida
y donde el mar ha sido mí fiel tutor, cómplice y leal amigo.
Debo confesar que algunas veces me ha infundido
temor y miedo. Como cuando en aquel día que en medio de negros nubarrones
apareció un gigantesco trompo de agua. Los pescadores lo llaman Manga de Agua.
Esta terrorífica fuerza centrifuga y centrípeta que venía bordeando la orilla fue pulverizada por los avezados
pescadores que lanzaban sendos tacos de dinamita por los cuatro puntos
cardinales. Ellos explicaban después que era la única forma de confrontar esa
furia marina que arrastraba canoas y arrancaba los techos de las casas
Otras veces cuando había mar de leva el agua
llegaba hasta el antiguo camellón donde el Club Rotario había construido unas
típicas casetas con regaderas y vestier para los bañistas. Este servicio era
atendido por el legendario mocho Juan, el mismo que un día se atrevió a
enfrentarse a un toro que pretendía envestirnos cuando jugábamos un partido de
futbol en la playa. Fueron suficientes sus dos mochitos incrustados entre los
cachos de la bestia para conjurar el peligro y dejar tendido al feroz rumiante
sobre la caliente arena.
Una tarde mientras elevaba mi cometa hecha de
varita de palma y papel de tienda, un señor de aspecto interiorano entraba en
forma silenciosa al mar. A los pocos segundos oía que lanzaba a los cuatros
vientos unos gritos desgarradores. Una raya había introducido sus espinas en la
batata del desprevenido bañista y lo arrastraba mar adentro. Como por arte de
magia apareció el mejor bateador de la época, el recordado Cascarita quien con
cuchillo en boca se lanzo al mar,
tirando brazadas a gran velocidad, logrando
así cortar el rabo del peligroso animal y poniendo a salvo al señor De
La Pava. Fue sin duda alguna el primer acto heroico que estremeció toda mi osamenta y el responsable de que mi
primera cometa tomara un rumbo desconocido.
Son pocas las ocasiones donde he sentido a mi mar enervante y compungido .Una noche
mientras dormía escuche en el caracol de mi oído el rugir de sus olas. Algo
tenía que ver la luna con su alterado comportamiento. La gente comentaba que
había mar de leva y las olas cubrían
gran parte de la playa. Muy temprano me levante y lo que vi fue sorprendente:
un millar de estrellas de mar se encontraban diseminadas a lo largo y ancho de
la playa. Las había de todos los tamaños y para todos los gustos. Los niños
fueron los primeros en recogerlas conjuntamente con algunos caracoles y
abundante almejas de variados colores.
Intuí de inmediato que este coloso pretendía divertirnos exhibiendo
sus exóticas obras artesanales. Había
tendido una inmensa alfombra cubierta de ramas, pedazos de troncos, algunos con
figuras de caballitos de mar, otros con siluetas de sirenas que acompañaban en
forma decorativa el gusto estético de ese
creador marino que una vez más daba muestra de su fecunda laboriosidad
artística.
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